Laura Bonaparte era un emblema de lucha y compromiso, pero también un símbolo de amor. Se fue este domingo, en Buenos Aires –donde residía hacía mucho tiempo- y lejos de su amado Paraná que nunca se acordó de homenajearla. Laura sufrió como pocos la crueldad de la dictadura. En poco tiempo, los ejecutores asesinaron y desaparecieron a dos de sus hijas, un hijo, sus dos yernos y el padre de sus hijos.

Hija del recordado Guillermo Bonaparte, aquel hombre también luchador, que llegó a ser presidente del Superior Tribunal de Justicia en la década del ’40 y que sufrió la cárcel por defender sus ideas de libertad, Laura se fue de joven a Buenos Aires y allí desarrolló buena parte de su historia.

Amaba Paraná, pero lo visitaba muy poco, por el escaso tiempo que le determinaba llevar adelante esa noble tarea en la presidencia de Madres de Plaza de Mayo, Línea Fundadora. Sus últimos pasos por esta ciudad fueron a comienzos del 2000. Nos pasamos horas charlando, mate de por medio, de su amor por el río (al que cruzaba de muy joven, de costa a costa, en la zona del Rowing); de la idealización que tenía de su padre o el reencuentro afectivo con su hermana Chiquita –también fallecida-, después de décadas de distancia.

Laura no tenía necesidad de andar contando todo el tiempo de su inmenso dolor por tantas pérdidas. “Ni olvido, ni perdón”, decía, pero apostaba a la vida, siempre con amor e inculcando libertad, memoria, compromiso y lucha, en especial a los más jóvenes. Y nunca perdía esa bella sonrisa que la caracterizaba, más allá de la firmeza de siempre de sus palabras.

Laura fue un ejemplo. Hacía un buen tiempo que la enfermedad la postró en su casa en Buenos Aires. Luchó y soñó hasta el final. Partió en silencio, quizás como ella quería, a ese reencuentro con sus hijos, con su padre y tantos seres queridos que seguramente la habrán estado esperando en algún lugar del cielo. Su paso no fue en vano. Su lucha y su dolor, tampoco.

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