LA CONVULSIONADA DÉCADA QUE SE ABRE CON LAS INVASIONES INGLESAS DE 1806 Y CONCLUYE CON LA INDEPENDENCIA, TUVO TAMBIÉN A MUCHAS MUJERES COMO PROTAGONISTAS; QUIENES EMPUJADAS TANTO POR LAS CIRCUNSTANCIAS COMO POR UNA RELAJACIÓN TEMPORAL DE LAS REGLAS PATRIARCALES, COMBATIERON, ESPIARON, CONSPIRARON Y POLEMIZARON AL LADO DE SUS PARES MASCULINOS.

«Un revolución, una guerra, un momento de crisis han sido siempre perentorios llamados a las mujeres para intervenir de un modo directo en una sociedad que, desde que los remotos matriarcados, fueron sustituidos por el dominio de la fuerza masculina, las había relegado a determinados roles», asegura la historiadora Lucía Gálvez en su libro «Las Mujeres y la Patria».

Y esta constante se reeditó en las invasiones inglesas y guerras de la Independencia, pero en cuanto éstas terminaron «se las expulsó hacia la periferia», exigiéndoles «que vuelvan a ‘su lugar’, lo que indica que la revolución no ha sido tal, por no haber cambiado las condiciones de vida ni el autoritarismo masculino».

Así, ese claro de libertad abierto en la espesura de la dominación masculina, tuvo como contrapartida «el discurso contrarrevolucionario» en auge hacia finales del siglo XIX y la sanción del Código Civil de Vélez Sársfield, en virtud del cual la mujer casada ya no podía disponer de sus bienes o heredar sin el consentimiento del marido.

La escritora y doctora en ciencias sociales Elsa Drucaroff pide matizar las aseveraciones que, al destacar la participación de las mujeres, ponen el énfasis en su vocación de heroísmo y amor a la patria, o dan por supuesta una tajante división de lo público/privado en términos de género que ellas transgredirían.

«Si salían a defender su casa y sus hijos fusil en mano no es porque se tratara de mujeres extraordinarias que querían ocupar puestos de hombres», explicó a Télam la autora de las novelas históricas «La Patria de las Mujeres» y «Conspiración contra Güemes», entre otras.

Es que, «al no haber una clara separación entre lo público y lo privado», cada vez que los realistas invadían una ciudad, los patriotas no sólo debían someterse a una nueva autoridad sino que corrían el riesgo de ser expropiados.

Y cuando los hombres marchaban al frente de batalla, quienes estaban allí para hacerle frente a la situación eran sus esposas.
En una encrucijada similar ubica Drucaroff a las «bomberas», las mujeres de alta sociedad que espiaban al servicio de la guerrilla de Güemes, cuya historia define como «de sobrevivencia».

«La visión tradicional es ‘¡qué mujeres heroicas que rompieron los moldes de su época!’. Eran mujeres valientes pero su objetivo no era ese, como tampoco lo era el de las que en el 2001 se lanzaron a manejar taxis», aseguró.

Por otro lado, ninguno de los bandos en juego estaba dispuesto a hacer concesiones a las mujeres en términos de igualdad, y el proyecto de nación independiente que empezó a delinearse durante este período «no era una patria de las mujeres», a pesar de lo cual la revolución se valió largamente de ellas.

En su libro «Mujeres tenían que ser», el historiador Felipe Pigna asevera que a la hora de fortalecer el «frente interno», es decir, sumar apoyo local para la guerra de independencia, «las mujeres ocupaban un doble papel».

«El de ejemplo a seguir –por lo de su abnegación, patriotismo y fervor revolucionario solían ser destacados- y el de ‘retaguardia’ de los hombres movilizados, tanto como mano de obra en la producción, como auxiliares en el frente y como principal sostén del hogar ante la ausencia de maridos e hijos», dijo.

Una nómina de mujeres de destacada participación en el decenio 1806-1916 no puede dejar de incluir a Manuela Pedraza, Martina Céspedes, Juana Azurduy, María Loreto Sánchez de Peón Frías, María Remedios Valle y Mariquita Sánchez de Thompson.

Manuela Pedraza, también conocida como «la Tucumanesa» por ser oriunda de esa provincia, se destacó en la Reconquista de Buenos Aires (1806), enfrentándose a los ingleses junto a su marido, José Miranda, en las calles de Buenos Aires, incluso después de que este soldado del regimiento de Patricios cayera abatido por fuego de los invasores.

Martina Céspedes aparece en las crónicas de la defensa de Buenos Aires ante la segunda invasión inglesa (1807): en complicidad con sus tres hijas logró tomar prisioneros a 12 soldados ingleses tras hacerlos ingresar de a uno en su fonda, a donde éstos habían acudido en busca de aguardiente.

Juana Azurduy fue una altoperuana que junto a su marido, Manuel Padilla, reclutó soldados indígenas para las fuerzas patriotas, participó de las expediciones al Alto Perú y en la denominada «guerra de republiquetas»; período durante el cual la guerra le arrebató a su marido y a cuatro de sus cinco hijos.

Salteña y de la alta sociedad, María Loreto Sánchez de Peón Frías merece un párrafo aparte por haber organizado y encabezado una red de mujeres espías al servicio de la guerrilla de Güemes ante las sucesivas invasiones realistas de las ciudades de Salta y Jujuy, cuya tarea contribuyó a desgastar al enemigo y frustrar sus planes.

La liberta María Remedios Valle, junto a su hermana, su madre y su tía integró el grupo denominado «Las niñas de Ayohuma»: mujeres afroargentinas que asistieron a los heridos y lucharon heroicamente en el Ejército del Norte, cuyos soldados la llamaban «madre de la Patria».

En las expediciones al Alto Perú primero perdió a su marido y a dos de sus hijos, pero sobrevivió a 9 heridas de bala y a ser condenada a 11 días de azotes, terminando sus días como mendiga en las iglesias de Buenos Aires.

Mariquita Sánchez de Thompson fue una mujer perteneciente a una reputada familia de Buenos Aires, que un año antes de la primera invasión inglesa ya había logrado vencer las convenciones sociales de la época, al casarse con un primo y contrariando el deseo de sus padres.

Posteriormente, Mariquita se convertiría en una de las primeras mujeres políticamente activas a favor de la Revolución de Mayo y la Independencia, capaz de realizar brillantes análisis políticos y en cuyas tertulias se dieron cita las personas más influyentes de cada época.

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