Los sábados eran un día muy especial para la joven de 21 años

– Como cada fin de semana desde hace cuatro años, Micaela García debía entrar hoy por la puerta del comedor de la Villa Mandarina, un barrio pobre de Concepción del Uruguay. Los viernes, los sábados y los domingos, la esperaban los chiquitos para comer y jugar. Pero la chica no llegó.

A pesar de su juventud -tenía 21 años- en Villa Mandarina querían a «La Negra» como a una madre. Micaela era el motor del comedor, le había dado forma y contenido bajo la obsesión de sacar a los chicos de las esquinas. Lo sintetizó su papá, Néstor García, en medio del dolor por la pérdida. «Vamos a vivir para tratar de lograr una sociedad más justa, como pretendía Micaela», dijo el hombre con una entereza conmovedora.

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Hija del decano de la Universidad Tecnológica Nacional Regional Uruguay, y de una madre profesora universitaria, Micaela integraba desde 2013 la JP Evita de Gualeguay, y militaba socialmente en los barrios más humildes de Concepción del Uruguay, la ciudad donde nació.

«Iba al frente, pero siempre con una sonrisa. Tenía mucho temperamento», la recuerda en una charla Damián Castro, compañero en la JP. Además estudiaba Educación Física. Era una alumna rigurosa. Llevaba cuatro años de cursada y jamás se había atrasado en una materia. Tenía planeado recibirse este año.

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Estaba de novia con un compañero de militancia, y desde hacía un par de años, la lucha contra la violencia machista, paradójicamente, se le había encarnado. Fue con la primera movilización nacional del colectivo Ni Una Menos, en junio de 2015. Desde ese momento se sumó al armado de una mesa de trabajo contra la violencia machista y los femicidios y nunca más bajó la intensidad de su lucha.

«Todo su trabajo tenía la perspectiva de género. Ella le ponía esa impronta y armaba campañas en la villa. Contenía a las víctimas del barrio. Era muy consciente de la realidad y de la situación de las mujeres», comenta con tristeza Damián.

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Micaela finalmente padeció eso contra lo que luchó de manera incansable. Sus compañeros de la JP la recuerdan como alguien «incansable», que hacía lo que nadie estaba dispuesto a hacer. Metía los pies en el barro. Se comprometía. Sus amigos recuerdan su último gesto. Para el aniversario del golpe militar de 1976, armó una revista para recordar las historias de los desaparecidos que vivían en Concepción del Uruguay.

«Se encargó de coordinar una revista y conseguir los fondos para homenajear a los desaparecidos. Salió a entrevistar a todos los familares de las víctimas de la dictadura, no hizo un panfleto. Les pidió que cuenten cómo eran ellos», resalta su amigo, antes de convertirse en presa del silencio y la emoción: «Fue la última vez que la vimos».

Su próximo paso, según le había contado a sus amigos, era volver a vivir a Concepción. Quería dar clases allá, en las escuelas de su barrio. Ese era su proyecto de vida.

«El barrio está conmovido de arriba a abajo, hay mucha bronca, es un lugar muy pobre y Micaela era una madre para esos ‘gurises'», comenta Damián. Dicen en la Villa Mandarina que se les fue su alma.

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