Restos de 55 adolescentes y niños, entre ellos uno de 6 años, fueron desenterrados en predios de un reformatorio que funcionó entre 1900 y 2011 en la ciudad estadounidense de Marianna, Florida, en una investigación por antiguas denuncias de maltratos y abusos que allí se cometían.

El caso, publicado recientemente por el diario local Miami Herald y replicado hoy en diversos medios del mundo, comienza a inicios del siglo pasado, cuando no había prisiones estatales en Florida  y tanto chicos con problemas como huérfanos eran internados en la antigua escuela para varones Marianna, luego rebautizada Arthur G. Dozier.

«La gran tumba de los niños desobedientes», titula el diario El País de España un extenso y detallado artículo sobre los horrores que allí padecieron los niños, en especial los afrodescendientes.

Un equipo de antropólogos forenses cavó durante tres meses en los predios del reformatorio, cuyo cementerio tenía oficialmente 31 cuerpos enterrados: los de 29 estudiantes y dos empleados. Pero ya hallaron restos de 55 cadáveres y creen que si siguen excavando encontrará otros tantos.

Ante la falta de prisiones, el «colegio» era en realidad un campo de trabajo donde sometían a castigos físicos, confinamiento, palizas y segregación racial a chicos de 6 a 18 años de edad.

El reformatorio, que estaba a cargo del Departamento de Justicia Juvenil de Florida, recibía chicos acusados de delitos o con problemas de conducta y también a otros por ausentismo escolar o simplemente huérfanos provenientes de 22 condados de ese estado, de Georgia y de Carolina del Sur, reseña el artículo.

Fue la primera institución de ese tipo en Estados Unidos y le cambiaron el nombre tres veces, la primera en 1914 luego de comprobar, en seis investigaciones legislativas, que los chicos sufrían castigos brutales, eran malalimentados y los alojaban en condiciones paupérrimas.

En tiempos de apartheid, la peor parte la soportaban los chicos negros

En tiempos de apartheid, la peor parte la soportaban los chicos negros, que debían trabajar en cultivos de madera, algodón y hortalizas de la escuela y además los cedían como mano de obra en granjas del pueblo.

El nombre que tuvo el reformatorio hasta su cierre, en junio de 2011, fue impuesto en honor de uno de sus ex directores.
«Había chicos allí que ni siquiera tenían edad para cometer un delito», señala El País.

Una de las primeras acciones legales contra el Estado la planteó Glen Varnadoe para recuperar los restos de su tío Thomas, que murió de neumonía a los 13 años, el 26 de octubre de 1934, cuatro semanas después de ser internado en ese reformatorio acusado de «violación maliciosa» de la propiedad.

Según la reseña, Thomas Varnadoe y su hermano Hubert -padre de Glen- entraron a jugar con una máquina de escribir que la dueña de la casa vecina tenía en un galpón. Por vergüenza, Hubert nunca habló de lo ocurrido, pero su hijo consideró «difícil de creer que alguien pueda enfermarse de neumonía entre septiembre y octubre en el clima del sur de Florida».

La mayoría de las muertes registradas en el reformatorio fueron atribuidas a neumonías, inmersión, un incendio, accidentes y homicidios nunca aclarados y, hasta su cierre, había solo 31 tumbas, identificadas con cruces blancas de metal.

Tras décadas de denuncias, el Departamento de Cumplimiento de la Ley de Florida (FDLE) cruzó datos, recabó testimonios y estimó que podía haber más de 80 niños desaparecidos y enterrados en las 560 hectáreas que abarca la institución.

El FDLE encargó al Laboratorio de Antropología Forense de la Universidad de South Florida una investigación más profunda que comenzó en el cementerio, ubicado en el área reservada para los estudiantes negros, donde el radar de prospección indicaba que podría haber entre 40 y 50 cuerpos enterrados. Pero los expertos estiman que si siguen buscando llegarán al centenar.

«Encontramos muchos más cuerpos de los que esperábamos. Al final, conseguimos restos de 55 niños. ¿Quiénes son los demás chicos? ¿Por qué nadie sabía de ellos? Durante los próximos dos meses nos dedicaremos a encontrar sus identidades, quiénes fueron y cómo murieron. Eran muy chiquitos, el más pequeño tenía 6 años», dijo el antropólogo Christian Wells, miembro del equipo investigador.

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