El 12 de enero Google Maps debió pedir disculpas porque la plaza berlinesa Theodor Heuss figuraba en sus mapas con el nombre “Adolf Hilter”. Tras la advertencia de los usuarios, la empresa informó rápidamente la corrección del “error”, pero el episodio reabrió el debate sobre la transparencia de los mapas. ¿Quién decide qué y cómo se muestra? Intereses y alternativas.

Los mapas ya no son lo que eran. El desarrollo tecnológico experimentado en los últimos años y la masificación de los smartphones le dieron a la cartografía un crecimiento impensado: una encuesta publicada el pasado 12 de septiembre por el estadounidense Pew Research Center’s señala que el 74% de los adultos dueños de un smartphone usa su teléfono inteligente para obtener direcciones o información basada en su ubicación. Los datos son de EEUU pero ayudan a formar una idea del caso.

Son pocos los países que, como Argentina, tienen regulaciones geográficas. En el caso local, la Ley de la Carta establece el control de los límites internacionales por parte del Instituto Geográfico Militar, que tiene a su cargo la “aprobación de toda obra literaria o gráfica, documento cartográfico, folleto, mapa” que “represente en forma total o parcial el territorio de la República”.

Así, más allá de la cuestión limítrofe, son las propias empresas que desarrollan mapas las que tienen el poder de decidir qué se muestra y qué no, lo que implica también la libertad de influir en las decisiones de los usuarios al sugerir lugares a los que ir, recomendar rutas para llegar y, en algunos casos, rastrear los recorridos.

Lejos de ser una fotografía transparente de “la verdad”, los mapas desarrollados por entidades con fines de lucro suelen estar permeados por sus intereses comerciales (los mapas son una gran vitrina georreferenciada para los anunciantes) e incluso por valoraciones ideológicas.

VALORACIONES, INTERESES Y PRIVACIDAD

La Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés) ya había prendido una luz de alerta sobre este asunto un año atrás, después de que viera la luz un proyecto llamado «Ghetto Tracker» (cuya traducción es «Rastreador de Guetos»), promocionado como un servicio web de consejos para viajeros con el fin de ayudar a otros usuarios a evitar barrios peligrosos.

La página principal del servicio mostraba la foto de una feliz familia blanca y los usuarios podían etiquetar ciertas áreas como “buenas/malas” o “seguras/inseguras”, haciendo un «uso sugestivo de la palabra ‘gueto’ para referirse a barrios de color”, según señaló la ACLU.

Tras un aluvión de reacciones negativas, los impulsores terminaron por dar de baja el sitio, pero existen muchos otros similares.

En 2012 Microsoft patentó «Pedestrian Route Production», un sistema pensado para dispositivos GPS que aconseja rutas a peatones, teniendo en cuenta estadísticas de crimen e información demográfica, entre otras cosas. El texto de la patente no solo habla de evitar «barrios inseguros», sino que además le permite a la empresa considerar cuestiones comerciales en su algoritmo.

«Microsoft puede o no poner esta tecnología en alguno de sus productos, pero no tenemos forma de saber cómo se toman estas decisiones. ¿Cómo están usando la información demográfica? ¿Están diciendo que, como este área tiene un ingreso promedio de X, entonces este usuario con un ingreso Y no le gustará ir allá?”, cuestionó el geógrafo Jim Tatcher en un análisis para la ACLU.

Además, según el geógrafo, el sistema puede, por ejemplo, recomendar a los usuarios que caminen por alguna calle sólo porque allí tiene su negocio algún anunciante de Microsoft, en vez de sugerir otro camino que el usuario habría elegido de contar con la información suficiente.

Lo mismo puede suceder con Google Maps y los resultados de las búsquedas geográficas, con resultados ordenados en el mapa con prioridad para los anunciantes.

El aspecto comercial en el desarrollo de los mapas es clave y explica las enormes inversiones de las empresas que los desarrollan

El aspecto comercial en el desarrollo de los mapas es clave y explica las enormes inversiones de las empresas que los desarrollan.

En 2007 Nokia gastó 8100 millones de dólares en la compra del servicio de información geográfica (GIS) Navteq mientras que ese mismo año Tom Tom, empresa europea líder en sistemas de navegación satelital para automóviles, adquirió Tele Atlas por casi 3000 millones de dólares.

En esa línea, Google desembolsó el año pasado 1100 millones de dólares en la compra de Waze, una aplicación de navegación por GPS para smartphones que utiliza información (incidencias en el tráfico, precio de la nafta y lugares de interés, entro otros) subida por los propios usuarios.

Como otros servicios, Google Maps recolecta información sobre las ubicaciones personales de los usuarios para terminar de darle forma a los mapas: el año pasado la aplicación incorporó funcionalidades para «encontrar buenos lugares para comer, beber, dormir, jugar y comprar sin tener que tipear ni una palabra».

Cruzando los lugares visitados por cada usuario de Android (que pueden explorarse acá) con las búsquedas realizadas, Google también obtiene una valiosa información sobre los hábitos -de consumo, de ocio- de las personas, aspecto que cobra una magnitud inusitada si se considera que el sistema operativo del gigante de Internet es utilizado por unos 1000 millones de dispositivos móviles en el mundo.

UNA ALTERNATIVA LIBRE

Entre las alternativas a los mapas desarrollados por entidades privadas con fines comerciales se destaca Open Street Map, donde los mapas son construidos por la comunidad sobre un modelo de Open Data (Datos Abiertos), que implica la libertad de utilizarlos para cualquier propósito “siempre y cuando se le de crédito a OpenStreetMap y sus colaboradores”, según se desprende desu licencia.

Si bien existen otras plataformas más localizadas, Open Street Map es la única que puede considerarse “global”, según explicó a Télam Ariel Aizemberg, docente de la maestría de Data Mining de la UBA y experto en GIS.

«Open Street Map es como una Wikipedia de los mapas», enfatizó Aizemberg, lo que implica que los mapas son editados por múltiples usuarios, en general voluntarios que pueden crear, borrar o modificar contenidos que comparten.

Esta modalidad de construcción colectiva le otorga transparencia a la plataforma. «Si editás algo, al día siguiente lo vez en producción”, sostuvo Aizemberg, que sin embargo reconoció que ello puede llevar a “una guerra de versiones» en cuestiones como, por ejemplo, el nombre de las Islas Malvinas.

Open Street Map utiliza software libre en el renderizado, lo cual no quita que algún particular o empresa desarrolle mapas para su comercialización.

También permite la descarga de los mapas para utilizarlos offline y tiene además de la versión web versiones de escritorio.

%d