Para concentrar la riqueza, ajustar a los de abajo y mantenerse en el poder, Macri necesita echarle la culpa a otro. Su estrategia genera odio en la sociedad hacia quienes resisten sus políticas.

La manifestación de casi un millón de argentinos el 25 de mayo en rechazo al Fondo Monetario Internacional (FMI) fue retratada por los medios hegemónicos que sostienen al Gobierno como una manifestación de artistas K que quieren voltear a Macri. La protesta de gremios y organizaciones sociales del viernes contra el veto al tarifazo y el acuerdo con el FMI fue narrada como “piqueteros K que generan caos en la ciudad”. El propósito es desacreditar los reclamos y a la vez trabajar en la creación de un enemigo interno.

Desde 2008, cuando el levantamiento del campo fue el disparo de largada del ataque del neoliberalismo vernáculo a la administración peronista, el stablishment trabaja en la creación de odio hacia cualquier manifestación de origen popular. Una cantidad inédita de acusaciones y agravios hacia el kirchnerismo fue moldeando un enemigo de todos que sería simplificado con la letra K.

Así, el político K, el gremialista K, el artista K, el periodista K y hasta el vecino o primo K son los malos, sucios y feos que arruinan este país; los que se robaron todo, los que ponen palos en la rueda, los que podrían volver y destruir el país.

Con una maquinaria de manipulación pública extraordinaria de medios y redes, convencen a los mismos trabajadores de que quienes los defienden son el enemigo. Así, los que salieron a las calles contra la baja de jubilaciones son patoterosdestituyentes que generan caos; los sindicalistas que defienden el salario de los trabajadores del subte, camioneros, bancarios y otros son corruptos que defienden sus negocios; los maestros que educan a sus hijos y que defienden su salario son vagos y hasta los científicos que volvieron al país son acusados de robarnos con trabajos inútiles.

Esta demonización del adversario político y hasta de cualquier ciudadano que piense distinto es imprescindible para sostener un plan neoliberal que enriquece a pocos y empobrece a la mayoría. Es necesario echarle la culpa a otro. Pero al hacerlo, se generó un odio que por ahora se vislumbra en insultos en las redes y algunos ataques aislados en las calles, pero que avanza hacia objetivos mayores.

Una muestra de la potencia del mensaje la revela el hecho de que hayan logrado demonizar a los argentinos más prestigiosos en el mundo: Raúl Eugenio Zaffaroni, Estela de Carloto y hasta el Papa Francisco.

El odio votó en octubre pasado. No fue un voto a favor de un presidente que festeja el 25 de mayo solo y resguardado por rejas y gendarmes; la pulsión del voto fue el odio al kirchnerismo y el miedo –que casi siempre viene de la mano del odio- a ese enemigo que podría volver al poder.

El camino que recorre el stablisment local, hoy representado por Cambiemos, ya fue transitado por los europeos desde la caída del Muro de Berlín que dio rienda suelta al capitalismo salvaje que arrasó con el estado de bienestar, concentró la riqueza en pocas manos y hundió en la pobreza a millones de trabajadores.

Ellos le echaron la culpa a los inmigrantes, a los hijos y nietos de inmigrantes, a los refugiados y a los musulmanes. El resultado es un viejo mundo lleno de odio que hoy vuelve a votar a los mismos fascistas que losllevaron a las tremendas guerras del siglo 20.

Esta semana en Italia se logró formar gobierno en una alianza que contiene a la Liga del Norte, que impuso nada menos que como ministro del Interior, a Giuseppe Conte, quien prometió expulsar de inmediato a los inmigrantes de África del Norte. El avance de los partidos del odio se extiende en Austria, Hungría, Polonia y, en menor medida, en Alemania y Francia, las dos potencias europeas, que a la vez son los históricos enemigos que se enfrentaron en las conflagraciones mundiales.

La crisis financiera, la devaluación seguida de más inflación y el acuerdo con el FMI prometen que los trabajadores argentinos la pasarán mal en los próximos tiempos. La respuesta del Gobierno sigue siendo el odio. El ridículo fallo de la Cámara Federal que afirma que a Nisman lo mataron y hasta dice conocer el móvil del supuesto crimen: por la acusación a Cristina, es otro paso en dirección al odio. El nuevo pedido de desafuero a la ex presidenta Cristina Kirchner va en la misma dirección.

Cada día parece más evidente que Cambiemos perderá las elecciones en 2019. Lo que no queda claro es en qué derivará el odio que el poder económico sigue engendrando en la sociedad y si ese odio puede ser usado para alguna solución por fuera de la política que mantenga a la derecha en el poder. El acercamiento de Macri al Ejército podría ser un indicio.

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