“Gracias Padre Ignacio por tu «Don» que junto a la Virgen de la Natividad, nos has permitido vivir otro Milagro. Gracias por llevar a “Chulengo” hasta su familia”. Esto fue escrito por Alejandra en el muro de la red social de Chulengo Safaris, donde se multiplican los mensajes de condolencias para la familia tras conocerse que en el medio día de este lunes, el cuerpo de Ricardo Núñez, emergió de las aguas en el mismo lugar donde un funcionario de Prefectura lo había visto caer. ¿Qué tuvo que ver el Padre Ignacio con la noticia de la aparición del cuerpo de Chulengo en la superficie del canal de servicio a la altura del Arroyo El Ceibo? Es probable que si trasladáramos esta misma pregunta a ese sacerdote Perteneciente a un movimiento llamado Cruzada del Espíritu Santo, del que hoy es titular en el mundo, el padre Ignacio con seguridad respondería lo mismo que alguna vez dijo el Cura Mario Pantaleo: «Yo no hago nada, soy la guitarra; Guitarrero es El que está arriba». O probablemente se limitaría a reiterar lo que ya ha sostenido: «Yo no soy un sanador, sólo transmito el poder de sanación de Dios. El actúa a través de mí».

La razón de esa frase de Alejandra escrita en Facebook, no es otra cosa que la firme creencia de que el sacerdote rosarino, que ya tiene también su casa en Paraná, intervino mediante un angustioso pedido de los familiares de Ricardo Núñez.

Lo que en principio estaba reservado para el entorno íntimo no tardó en llegar a los oídos de muchas personas que ya hablan de “un milagro más del Padre Ignacio”.

Se supo que tras casi diez días de angustiosa búsqueda, Silvia, esposa de “Chulengo” le solicitó a un reconocido locutor de la ciudad de Rosario que viera al Padre Ignacio para que en nombre de la familia le trasladara al sacerdote el pedido de ayuda espiritual. Sin dudarlo, el profesional que desempeña funciones en L.T 2 se trasladó hasta la Capilla que el Padre Ignacio tiene en las afueras de Rosario y a la que concurren miles de fieles de todo el país en búsqueda de alivio para sus problemas de salud. Ante el requerimiento, el sacerdote nacido el 11 de octubre de 1950 en Balangoda, Sri Lanka (ex Ceilán), y que a los 29 años fue ordenado sacerdote en Gran Bretaña en la Cruzada del Espíritu Santo, entregó al locutor una de las medallas que habitualmente obsequia a quienes concurren a sus misas diarias para que la arrojaran al río identificando el lugar preciso donde había caído Ricardo. “La medalla tiene que sumergirse hasta el lecho del canal”, fue el pedido del Padre Ignacio. Fue así que la esposa de Ricardo y sus dos hijos ubicaron al funcionario de Prefectura que había visto aún en la superficie a “Chulengo” para que les indicara con precisión el punto donde Ricardo Núñez había caído al agua. Como todos los días, pero ahora con la medalla bendecida y adherida a una pesada piedra abordaron una embarcación y con una fe inquebrantable se trasladaron hasta el lugar donde soltaron sobre el caudal la imagen de la Virgen de la Natividad como quien entrega el alma, como quien hunde el dolor con la decisión de sepultarlo, o mejor, como quien ofrece el corazón en el gesto de amor en procura del milagro.

Tras ese acto, íntimo y excelso como el mismísimo cielo al que se elevaron las plegarias, a pedido de sus hijos Silvia regresó a su casa navegando por ese canal al que sus ojos ya no podían mirar con la admiración de siempre. Por esas aguas habían andado tanto tiempo juntos, sobre ese río habían fundado tantos sueños, y sobre ese caudal vieron incendiarse el sol en miles de arreboles. Allí los ojos de ambos se habían llenado de belleza entre los mágicos matices de verdes del paisaje islero y sus oídos se deleitaron con la música de un escándalo de trinos. Silvia no había entrado todavía a su casa cuando sonó el teléfono. La noticia que su hijo le daba la sacó de los recuerdos que volaban en bandadas como los crestones. El cuerpo de “Chulengo” emergió desde la profunda olla… “El Padre Ignacio…” murmuró apenas. Después, su voz, la misma que esa fatídica mañana se escuchó con su timbre inconfundible en la radio donde Ricardo la había despedido para irse a la isla, tuvo cadencia de paz para el consuelo a los hijos. La búsqueda, el agotamiento, la incertidumbre, las horas lentas, quedaron atrás. Y aunque la certeza de esa partida que ya todos presentían ahonde la herida, con seguridad la energía enorme del cariño de todo un pueblo restañará el dolor para que otro milagro nos haga ver por fin que Dios está. Para quienes creemos en él, no dudamos que así se ha manifestado por la obra maravillosa del Padre Ignacio.

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